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Nuestros compañeros Sonny y Calius del equipo de rescate han organizado un viaje para bajar cañones en el parque nacional de las Blue Mountains en Australia. Como nos queda cerca (…), nos hemos añadido a ellos. Así que hacemos un paréntesis de bici, las dejamos en un taller de Auckland para reparar algunas averías y nos vamos para Sydney.
Nos encontramos con Sonny y Calius en el aeropuerto de Sydney y nos dirigimos a casa de Tim, donde nos alojamos por unos días. Esa misma tarde nos lleva a bajar un cañón fácil y corto con un nombre un poco exagerado: Grand Canyon. Tiene muy poca dificultad, pero nos sirve de introducción a los cañones de las Blue Mountains: vegetación exuberante en la aproximación y salida, helechos colgando de las paredes y lo mejor de todo: ¡dragones de agua! Los water dragons son unos lagartos con aspecto prehistórico que sorprendentemente viven en los cañones. Las paredes del Grand Canyon no son demasiado altas, pero de todas maneras, el sol sólo alcanza el fondo del cañón durante pocas horas al día. Además, el agua está fría. Así que parece un hábitat poco recomendable para estos reptiles. Pero ahí está, nuestro primer dragón de agua, de casi un metro de largo, con una cresta puntiaguda desde la cabeza hasta la base de la cola. Cuando se siente amenazado por unos humanos con artilugios metálicos ruidosos colgando de la cintura, se lanza al agua. Mientras se sumerge bajo una roca, podemos ver como nada rápidamente con movimientos sinusoidales de su musculosa cola.
El cañón es realmente sencillo técnicamente hablando. Ni siquiera requiere traje de neopreno. Sólo tiene un rápel pero nos sirve de recordatorio de una actividad que hacía meses que no practicábamos.
Claustral es el nombre de nuestro segundo barranco. Es el más famoso de la zona por su belleza espectacular y su variedad. Tiene unos cuantos rápeles sin demasiada dificultad, pero ya requiere neopreno tanto por la temperatura del agua como por lo acuático que es. Uno de los rápeles es tan caprichoso que se pasa por dentro de un arco natural excavado por la fuerza del agua en la roca arenisca. Las paredes del cañón están cubiertas de musgo y donde se ensancha lo suficiente para que llegue la luz, de helechos formando jardines colgantes naturales. Las salidas de los tramos más estrechos son realmente hermosas. A medida que nos acercamos a la zona de apertura, empiezan a detallarse las hojas fractales. Además, el cielo está nublado con lo cual la luz que penetra el bosque lluvioso arriba en los bordes del cañón, es muy suave, sin deslumbramientos. Casi parece que caiga lentamente como una neblina que ilumina la belleza del lugar.
El agua está realmente fría. Ya no nos acordábamos de cómo bajan los escalofríos espeluznantes por la columna cuando te entra el agua dentro del traje de neopreno en los tramos que hay que nadar. Es como si te metieran un puñado de cubitos de hielo por la nuca. Con los movimientos para nadar, el traje deja aberturas en el cuello por donde el agua se cuela. Primero entra un hilillo que te hace arquear la espalda, como si quisieras separarla de traje. Luego viene lo peor. El agua helada baja por la espalda hasta llegar a los riñones. ¡Con lo que había costado calentar la película de agua entre el traje y la piel! Ahí ya has pasado a un estado de pre-choque. Los movimientos para avanzar río abajo son poco armoniosos y bastante convulsivos. En esos momento no hay tiempo de observar la preciosidad del entorno y lo único que te preocupa es llegar al final de vadeo y salir del agua.
Más o menos a medio cañón, paramos a comer en la única playa arenosa del cañón, dónde se une un afluente. Según nos dicen los locales que nos guían, remontando el afluente se llega a una zona oscura donde se ven gusanos luminosos. Después de comer, nos lanzamos torrente arriba con ilusión, pero las ganas se nos congelan después del primer recodo al darnos cuenta que hay un largo vadeo. Nuestras madres siempre nos decían que no nos podíamos bañar en agua fría hasta acabar la digestión, así que como buenos hijos, nos volvemos a la playa.
La salida del cañón es por una canal por la que hay que trepar a cuatro patas, agarrándote de raíces y rocas como puedes, con una mochila llena de material a la espalda. Lo peor es que todo está mojado y el agua te gotea durante el resto del recorrido. Es como la tortura de la gota malaya. Os estaréis preguntando porqué a una persona medio inteligente le gusta todo ese sufrimiento. Si sabéis la respuesta nos la contáis.
En la mañana de nuestro tercer día en las Blue Mountains, Judit se levanta con un fuerte dolor de cabeza y se queda en casa con Calius. Sonny y Cèsar se van a bajar Whungee Whengee con Tim y unos cuantos compañeros de su club de cañoneros. Después de una aproximación bastante larga, empezamos con un primer rápel que acaba en el agua. La primera sección consiste en caminar per el lecho del río entre helechos gigantes y todo tipo de vegetación desconocida para nosotros. En este cañón hay muchos “yabbies”, una especie de cangrejo de río de color naranja muy vistoso, pésimo para camuflarse. Desgraciadamente están protegidos, porque a mí, la primera palabra que me viene a la cabeza al verlos es paella.
La siguiente sección del barranco es muy divertida. Se trata de un caos con bloques de roca gigantes entre los que hay que buscar paso para seguir río abajo. A veces hay que trepar por arriba y rapelar para volver al lecho del río. Otras hay que pasar por debajo. Por suerte, el caudal de ese día es suficientemente bajo para no formar ningún sifón. En el paso más escabroso todavía queda un espacio de unos centímetros de aire entre la superficie del agua y la roca por encima.
En un destrepe tonto y sin complicación, de esos que se baja arrastrando el trasero sobre una losa, a Cèsar se le queda trabado un pie en una pequeña grieta mientras su trasero sigue bajando. La rodilla se retuerce y uno de sus ligamentos hace un crujido preocupante. No parece que esté roto y por suerte la articulación sigue teniendo estabilidad. La compresión del traje de neopreno y el agua fría evitan la inflamación, pero Cèsar continúa el cañón cojeando. Sonny le lleva parte del contenido de su mochila para aligerar el peso. Después del largo camino de vuelta a los vehículos, está claro que esa rodilla necesita reposo y que se han acabado los cañones por una temporada.
Este desafortunado suceso nos parte los planes en Australia. El resto de los días hasta nuestro vuelo de regreso a Nueva Zelanda los pasamos rellenándolos con reposo y paseos de cojo dolorido. Probablemente la mejor visita es la de las Cuevas de Jebolan. Las rutas guiadas recorren varias de las grutas mostrando las mejores formaciones: estalactitas, estalagmitas, columnas, cortinas con bandas de colores, paredes cubiertas de cristales resplandecientes… Y la mejor cena, la que nos preparamos en un AirBnB dentro de unos viñedos para celebrar el cumpleaños de Judit. Hacemos un montón de kilómetros en coche buscando canguros pero nada. Ya nos conformaríamos con un wallaby, pero ni eso. De wombats y ornitorrincos ya ni hablamos. Al final nos tenemos que resignar y visitamos un zoo dedicado a especies australianas. Muy educativo, pero da pena verlos en cautividad.
Al cabo de una semana la rodilla no está para pedalear así que, como no hay mal que por bien no venga, nos vamos a Barcelona a pasar las Navidades. En Barcelona, Cèsar se encuentra con Joan, un compañero de BUP, que ahora es traumatólogo. Su diagnóstico es corroborado por la resonancia magnética: rotura parcial del ligamento lateral interior. El tratamiento: de 4 a 8 semanas de reposo. Mientras los músculos se atrofian, el buche va creciendo por culpa de los ricos manjares mediterráneos. Para eso son las fiestas navideñas. Ya empezaremos el régimen después de Reyes.